LUIS FRANCO
Natural de Lisboa, fue criado por Manuel de Matos, personaje acaudalado en cuyo domicilio permaneció hasta la edad de quince años poco más o menos.
De Lisboa, Franco se fugó a Sevilla sin el consentimiento de sus progenitores. La ciudad del Guadalquivir era el emporio del comercio y las frescas noticias de las Indias. En ella funcionaba la Casa de Contratación y se ventilaban todos los asuntos mercantiles relacionados con los infinitos dominios de América.
Franco logra enrolarse como paje de un tal Marmolejo y tuvo así la primera oportunidad de viajar al Nuevo Mundo, a los dieciséis años de edad, en plena adolescencia.
Sólo veintiún años más tarde pudo la Inquisición ocuparse de él; tan discreta era su huidiza presencia en Cartagena. En esta última ciudad trabajó para un mercader de esclavos negros y en este comercio pudo viajar a Nueva España (Méjico).
De regreso a Cartagena y ya con un nuevo trabajo aparece en la ciudad de Panamá y después al Perú donde se arraiga durante año y medio.
Del Perú vuelve a Panamá y, viéndose en difícil situación económica, retornó a Zaragoza (Colombia) hasta que la Inquisición le prende para iniciarle proceso.
Su acusador fue el Licenciado Domingo Vélez de Assos y Argos:
“...criminalmente acuso a Luis Franco, cristiano nuevo, descendiente de hebreos, natural de la ciudad de Lisboa, reyno de Portugal y vecino de la ciudad de Cartagena, gobernación de Antiochia de estas Yndias”.[1]
Franco, bautizado y confirmado según el rito católico, es considerado apóstata al practicar la “muerta y caduca ley de Moysen”; por cuanto involucraba el desprecio y negación del bautismo, sacramentos y gracias de la Iglesia. Sin mayores miramientos el fiscal que estuvo a cargo de la acusación se expresó así:
“Digo que, siendo el susodicho christiano baptizado y confirma do, por tal avido, y tenido , y respetado, gozando y usando de todas las inmunidades y privilegios y exempciones, gracias e indulgencias de tal christiano con poco temor de Dios y en gran daño de su conciencia, condenación de su alma, y menosprecio de la justicia de este Santo Officio, a hereticado y apostatado de nuestra Santa Fe Católica y lei ebangelica que tiene predica y enseña la Santa Yglesia Catolica Romana, passandose a la muerta y caduca ley de Moysen, biviendo y creyendo en ella y entendiendo que en su fe y creencia se avía de salvar” [2]
A uno de sus íntimos amigos reveló su oculta identidad; soñaba con amasar una pequeña fortuna e irse a vivir a países donde hubiese libertad de conciencia y de pensamiento y no se persiguiera a nadie por sus convicciones religiosas, por ejemplo a Flandes donde no operaba la Inquisición.
Luis Franco conoció en sus viajes y desplazamientos muchos de sus misma fe y se alegraba de tener amistades por doquier con las cuales compartir idénticos sentimientos espirituales.
Por consiguiente, el Tribunal lo declara “hereje, apóstata, judaizante, impenitente, pertinaz, negativo, perjuro e incorregible”, denigrantes calificativos que se desgranan del propio expediente.
Un testigo principal, Fray Diego Rangel admite haber escuchado de otro clérigo llamado Salvador Domínguez, que Franco había recibido una carta escrita en hebreo y se le veía asiduamente en compañía de otros dos portugueses,con lo cual se convertían en un trío sospechoso en materia de fe.
Fue Franco un gran conocedor de la Biblia y sus intrincados textos, pues con frecuencia sostenía discusiones teológicas con sacerdotes de renombre. confundiéndolos y aclarando los puntos más espinosos del arte apologético y de la exégesis escritural.
¿Cómo era posible tanto conocimiento en un simple lego (laico), mercader como tantos otros? Sus verdugos de la Inquisición ignoraban que la esencia del Judaísmo es el saber, de las ciencias sagradas y de las profanas y que aquel hombre que en numerosas oportunidades estuvo en Panamá era versado en Biblia y latín y recibía correspondencia redactada en el idioma antiquísimo de los hebreos.
Franco sufrió el rigor del proceso, cárceles e interrogatorios de nunca acabar desde el 8 de octubre de 1624 hasta el 17 de junio de 1626 en que fue condenado por los Inquisidores de Cartagena a comparecer en auto de fe público, la mayor humillación y pena que estoicamente soportó sin apartarse un punto de sus convicciones judías por el riesgo y privilegio de ser,
“descendiente de los de la nación hebrea el y toda su casta generación”.[3]
Abjuró de vehementi. Un tercio de sus propiedades fue confiscado. La benévola sentencia contemplaba su reconciliación, pero debía ser proscrito para siempre de Cartagena y Zaragoza.
[1] (Archivo Histórico Nacional de Madrid. Inquisición Legajo 16 20 No. 5)
[2] (A . H . N. Inqui sición leg. 16 20 No. 5)
[3] (Idem - expediente- corresponde al capítulo de la acusación formal contra Luis Franco)
(A. H. N. Inquisición Leg. 1620)