Judaizantes en Panamá Viejo

Los Judíos en Panamá viejo

“Yo soy judío, señor, y profeso la Ley de Moisés, y por ella he de vivir y morir, y si he de jurar, juraré por Dios vivo, que hizo el cielo y la tierra y es el Dios de Israel”.

(Francisco Maldonado de Silva en el Tribunal de la Inquisición en Lima, año 1627)

¿UNA SINAGOGA EN PANAMÁ LA VIEJA?

Los judíos conversos, judaizantes y cristianos nuevos carecían de templos debidamente organizados según la costumbre hebrea. En su lugar, convertían en sinagogas improvisadas una discreta habitación en sus residencias, en la trastienda del negocio o en sitio análogo que no despertara sospechas de amigos, sirvientes o de los dignatarios inquisitoriales que husmeaban herejías y tenían como propósito abolir la “ley muerta de Moisés” y los “falsos ritos y ceremonias” como solían llamar en su arrogante léxico la práctica y el culto judaicos.

Estas reuniones litúrgicas se llevaban regularmente a efecto, en toda la América española, desafiando un orden social y valorativo adverso, en las mismas condiciones que lo hicieron los cristianos de Roma en las catacumbas o los valientes católicos perseguidos en las naciones totalitarias actuales.

Las “células judías”, minúsculas comunidades y centros de apreciable asiduidad funcionaron en casi toda la América colonial en los siglos que estudiamos. Consistieron en centros religiosos y caritativos de relativa permanenciaen los cuales los hebreos y judaizantes se identificaron con riesgo de sus vidas.

El judío de la colonia hispánica prácticamente pone el cuello en el tajo y arriesga existencia y hacienda desde el momento en que se asocia con otros de su misma fe para fundar la Sinagoga, que en toda la historia del judaísmo ha sido el lugar de expresión de su espíritu, sitio de reunión familiar y donde se han tomado las decisiones trascendentales que afectaban el desenvolvimiento comunitario.

Por definición, la Sinagoga es la institución judaica esencial.

El nombre que recibe en hebreo BETH HAKNESSET, Casa de la Asamblea, indica claramente que no sólo es sitio de oración, sino el lugar del cual dimana el enriquecimiento del espíritu judío, escuela e instrumento de formación y aprendizaje para la supervivencia del pueblo en el destierro.

Ya en el exilio, se consagró la Sinagoga como el corazón mismo de la vida comunitaria, tanto religiosa como laica, salvaguarda del alma hebrea y señal de su unidad en medio de la diáspora.

La Sinagoga es la Casa de Israel, centro de beneficencia y de ayuda positiva para el necesitado. Orientada hacia el Este, indica la dirección de la Tierra Prometida donde el judío, y con mayor razón los de ese entonces, volvían sus rostros con esperanza de libertad, de redención, de ser un pueblo como los demás para manifestar al mundo la fe en el Dios único creador, concepto que se plasma en una manera de vivir, de pensar y de sentir.

Hubo sin duda un intento de fundar una Sinagoga en Panamá, a escondidas por supuesto. El expediente es parco en información sobre tan trascendental suceso breves alusiones dejan intuir el resuelto propósito de Rodríguez.

A su paisano y presunto judaizante Antonio de Ávila, Rodríguez dice estas palabras:

“…le dijo que bolbiese con brebedad que tomaría una cassa que ya el tenia mirada y vista en la calle de Calafates que era a proposito para en ella leer la sinagoga y que el dicho bibiria en ella y el testigo con el y acudirían a leer en ella los dichos Sebastian Rodríguez y este testigo.[1]

Los infolios del expediente levantado contra Rodríguez indican a las claras que el lugar de rezos se fundó o estuvo a punto de fundarse en Panamá.

Rodríguez confiesa que

“…ya yo tengo libros para que demos principio a esta santa casa.[2]

Los libros eran los del rezo usual. Generalmente venían impresos de Amsterdam y consistían en el “seder hatefiloth”, orden de las oraciones diarias y de las grandes festividades del ciclo litúrgico anual hebreo. Dos textos rituales indispensables eran los mahzorim del Año Nuevo y del Día del Perdón. Circulaban además los himnos de Selihot (o raciones que se rezan al alba durante cuarenta días antes de Rosh Hashaná), el libro de los ayunos y de las tres fiestas de peregrinaje, la Pascua, el Don de la Ley y las Cabañas.

La Sinagoga se instalaría en Panamá, en los altos de una casa que los judaizantes habían escogido en la Calle Calafates[3], no lejos de la Catedral, sita en el populoso barrio comercial, sobre la ensenada de Punta Judas.

En los bajos del inmueble, el cirujano Antonio de Ávila tendría un pequeño negocio de barbería para disimular la presencia de la Sinagoga en medio de la ciudad cristiana.

Los prosélitos y asiduos a la “Casa de Lectura” serían Domingo de Almeyda, González de Silva, Fray Antonio,mercedario de origen portugués y, además, Antonio de Ávila a quien erradamente creían correligionario, de profesión cirujano, quien sería el delator y primer testigo deponente en la causa inquisitorial contra los judaizantes moradores de la Ciudad de Panamá y posteriormente el propio Rodríguez, radicado en la Villa de Los Santos de Azuero, donde se avecindó.

Hasta donde tenemos información de las fuentes documentales, este es el primero y quizá único intento de establecer una Casa de Oración durante toda la vida colonial del Istmo. Sabemos de ello porque sus fieles hubieron de vérselas con la Inquisición.

Sería lógicamente presumible que los judíos de paso en Panamá “hicieron sus juntas”, se reunieron para recitar plegarias en el más íntimo secreto, cumpliéndose el antiguo adagio de que aún cuando quedaran sólo dos judíos en el mundo, el primero llamaría a la oración y el segundo acudiría a rezar con presteza.

No es fácil para los hebreos y sus descendientes olvidar su raigambre y fidelidad a la Ley mosaica en la cual es formada la familia de Judá. Adorar a un Dios único, invisible e innombrable ha sido, a través de las eras, la piedra de toque de un pueblo particular en su expresión ideológica y en el modo de ver la existencia y los valores que la animan.

 

 

[1]   (A.H.N. leg. 1620 No. 12)

[2]      (Archivo Histórico Nacional – Madrid Inquisición – Legajo 1620/12) Libro 1021.

[3]      Sobre la Calle de Calafates:

Las diferentes descripciones de la antigua Ciudad de Panamá mencionan la Calle de Calafates como una de las pnncipales con que contaba la señorial urbe desde su fundación en 1519 .

La descripción toponímica de Luis Torres de Mendoza en el volumen IX de su Colección de Documentos Inéditos dice al respecto lo siguiente:

“Sale otra (calle) que va al Norte, que llaman de los Calafates, de doscientos sesenta y quatro pasos, que acaba en una ensenada de cenegales y manglares, con catorce casas a la derecha, y diez y nueve a la izquierda”.

Aparece en el plano de Panamá de 1609 levantado por Cristóbal de Roda.

Debido a su situación especial, frente a Punta Judas y la ensenada que encierra, que hacía un pequeño puerto natural para embarcaciones de poco calado, era paraje frecuentado por comerciantes, muchos de ellos extranjeros, marinos y una multitud compuesta de elementos de humilde extracción, especialmente sirvientes y domésticos que repasaban los bazares y modestos puestos de venta acomodados a uno y otro lado de la Calle.

Su nombre deriva del hecho de que en dicha Calle se levantaron astilleros de poca monta donde se calafateaban (con brea y pez) y carenaban los barcos a fin de contrarrestar la broma, deterioro y filtraciones en el casco.

En la Calle de Calafates se encontraba la Casa de los Genoveses, el mercado de esclavos negros que eran traídos desde África por Portobelo, conducidos aquí y contratados o adjudicados en subasta pública al mejor postor.

Importante por su proximidad al puerto y al barrio comercial, era el sitio más discreto que escogieron Sebastián Rodríguez y sus correligionarios para instalar en Panamá la primera sinagoga al promediar el siglo XVII.

 

Me he atenido estrictamente a las fuentes documentales y las muestro con toda objetividad respetando el valor de los antiguos documentos que forman el fondo Inquisición del Archivo Histórico matritense.

Ha sido faena laboriosa localizar individualidades y circunstancias mas allá del lacónico lenguaje jurídico de los expedientes en los cuales es preciso realizar una verdadera “arqueología” a fin de sacar a flote la realidad humana y su momento que, delante de los jueces, se enfrentaba a su destino porque estos decidían sobre sus vidas.

Tres siglos han pasado; aquellos hombres y mujeres, héroes y heroínas de su fe, perviven en quienes nos acercamos con respeto a sus procesos y vemos en sus figuras la exaltación misma de un pueblo inmortal.

El pueblo de Israel, hace cuatro mil años, en las candentes arenas del desierto del Horeb se hizo la firme resolución de no perecer, se empecinó en subsistir; nada ha podido arredrarlo ni hecho olvidar aquella alianza transhistórica que selló con su Dios. El devenir de la humanidad y de las civilizaciones con las cuales Israel ha convivido demuestran con abundancia de ejemplos vívidos su tenacidad, su fidelidad, su indestructibilidad.

Los judíos y judaizantes que hemos contemplado en estos casos forman eslabón en la cadena dorada que une a los hebreos para siempre en el tiempo y en el espacio.

Panamá estuvo en sus rutas seculares y desde Panamá quisieron realizar sus existencias, preparar el futuro, reafirmar el derecho a vivir en paz y reanudar con los suyos los valores profundamente humanos de la creencia israelita.

En Panamá fueron también prendidos para iniciar un calvario del cual jamás retornarían!

Cabría ahora formular una pregunta inevitable. Cuántos judíos crípticos moraron en el interior del Istmo durante los siglos XVII y XVIII? Debió sin duda ser numerosa la afluencia de quienes no tenían derecho a establecerse en los puertos.

“…para evitar las comunicaciones y correspondencias que pueden tener con otros extranjeros cosa tan peligrosa y dañosa” [1]

Queda por descubrir el ingrediente judaico en el poblamiento y conformación de nuestro hombre panameño en tierras alejadas de la zona transitista y en los rasgos psicoculturales que lo caracterizan.

Me atrevo a conjeturar que esta influencia, aunque menor en comparación a otros países, debió darse en Panamá, Nombre de Dios, Portobelo, Azuero y Veragua.

Un campo fecundo de investigación se brinda a etnógrafos, sociólogos, historiadores y científicos de disciplinas afines para detectar la heterogeneidad de influencias y presencias en el mosaico racial y cultural que es propio del actual habitante de la nación panameña, y en esa amalgama, el rasgo judío, que cruza los siglos y se expresa en el ser latinoamericano y, por ende, istmeño.

[1]   (A. G. l. Indiferente General Leg. 428 Libro 32, Fol. 318-19, Cédula a las Audiencias de Lima y Panamá sobre composición de extranjeros de 10 de diciembre de 1618).

CONCLUSIONES

Panamá, durante su época colonial, fue eslabón importante y sendero de los judíos sefaradíes que de España y Portugal pasaron a Indias con fines diversos, especialmente para escapar de las persecuciones desatadas por la intolerancia religiosa y por el deseo, generalizado en la época, de hacer fortuna en las ricas colonias, allende el océano.

El tránsito por Panamá, su ruta de un mar a otro, y la estancia efímera de los hebreos en este Istmo salvo contadas excepciones, es una prueba mas del carácter transmigratorio del judío debido a los tropiezos que encontró por doquier para llevar una vida decorosa o profesar públicamente sus creencias.

A través de esta búsqueda interpretativa de un aspecto de nuestro pasado, se evidencia y valora la función del Istmo panameño en tanto que puente y paso forzoso, centro desde el cual se distribuyó no sólo el tráfico mercantil, sino la colonización y asentamiento demográfico hacia plurales puntos del continente.

La zona transitista, ayer como hoy, cumple un papel decisivo en el desarrollo del territorio y de los hombres que en él hicieron morada o por él cruzaron en el existencial avatar. Los judíos coloniales se insertan en esta categoría coyuntural.

Desde el siglo XVI hemos notado su llegada a Panamá, oficialmente en la figura de Pedrarias. El siglo siguiente, el XVII es el del judío ibero-portugués que desde Panamá y por Panamá hace sentir su presencia en todos los territorios de las Coronas española y portuguesa.

El estudio de la Inquisición en la América hispana y su actividad en Panamá tiene especial interés en la presente tarea interpretativa de nuestro incidente pretérito. Nos demuestra una de las muchas instituciones y medios que se han dado en el curso de la historia para exterminar al pueblo hebreo bajo otros tantos pretextos ya fuesen de índole económica, religiosa, política, cultural.

Nos enseña al mismo tiempo la perennidad y pujanza de un pueblo fénix que de sus propios dolores ha sacado fuerzas y optimismo frente a la vida y al cual las represiones y la persecución no han amilanado. Antes bien, sus aportes multiformes y la aparición de ilustres figuras en su seno Jamás han sido interrumpidos. La profecía de Jacob sobre Judá sigue cumpliéndose a través de los milenios:

“Judá, a ti te alabarán tus hermanos; tu mano está sobre la cerviz de tus enemigos” (Génesis XLIX, 8)

La pesadilla de la Inquisición durante dos siglos y medio cederá ante los tiempos nuevos.

El siglo XVIII será más anuente al establecimiento y actividades de los judeo-conversos. El advenimiento de los Barbones al trono de España abre un paréntesis de entendimiento, más laicismo en la administración y despotismo ilustrado en el modo de concebir el sistema legislativo para la Metrópoli y las colonias.

Los finales del siglo XIX panameño serán propicios para la fundación de una comunidad hebrea de estricto origen español diseminada en las islas del Caribe y que mira el Istmo como tierra de paz y futuro para crear familias y dar aportes valiosísimos en las distintas esferas del pensamiento, la acción y la cultura.

Sin embargo, los pormenores de ese establecimiento escapan al momento histórico y las finalidades del presente estudio.

 

 

 

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Sección JUDIOS en la Sala de Síntesis del Museo del Hombre Panameño – Ciudad de Panamá. Muestra una serie de objetos rituales y un mapa de las inmigraciones de hebreos al Istmo de Panamá en diferentes períodos de su historia.

Este quiere ser sólo un ligero escarceo en la profundización de la presencia hebraica en Panamá, presencia que se remonta a los siglos de la conquista y colonización, en los cuales se inicia el proceso socio-político y cultural hacia nuestra formación como país y como pueblo. Nunca estuvo el hebreo ausente ni distante de ese devenir como tampoco lo está hoy.

Panamá admite abiertamente su pluralismo étnico; acoge los matices y diferencias culturales que se entienden y sientan los basamentos de un ente nacional sólido, pensado e inteligible.

Es el justo medio que las naciones del orbe han de optar para lograr la unicidad interna y el respeto internacional.

No obstante, es imposible profesar la gama de ideas sin admitir el derecho de las minorías a observar sus tradiciones, valores, expresiones de la existencia y credos espirituales sin que ello menoscabe el rubro civil de la nacionalidad o del gentilicio.

Tal concepto se plasma perfectamente en la Sala de Síntesis de nuestro MUSEO DEL HOMBRE PANAMEÑO en la cual se aprecian los elementos y objetos culturales de los grupos humanos que forman la patria istmeña, trabajan en ella y por ella y aportan facetas interesantes de una vida multiforme que en nada desdice del anhelo por engrandecer esta franja del suelo americano.

Panamá da ejemplo al mundo cuando en otras latitudes aún se persigue por motivo del origen o del credo religioso.

Aquí una nación pequeña integra en vez fragmentar, reúne lo diferente en la homogeneidad nacional y permite un sinnúmero de tonalidades axiológicas que no se ahogan en un nacionalismo de estrecha visual ni de exacerbadas aplicaciones en la vida práctica.

El Istmo, que durante más de tres siglos ha sido tierra de ininterrumpido transitismo, se dirige hacia la cohesión y diálogo de los grupos humanos que lo constituyen para afianzar lo permanente, encontrar en la nacionalidad un sustrato común y mirar al futuro con confiadas esperanzas.